Hace día y medio (o quizá más, meses, no sé) me di cuenta de el amor incondicional que creía que sentía por esa persona especial, que todos tenemos ahí guardadita, como en una caja de galletas, por la que hemos hecho más de una locura, que hay tantísimas cosas que te hacen recordar, no era amor. Sí. Me di cuenta de que ese amor no era amor. Que volvía a ser lo de siempre*, pero más fuerte, quizá por lo especial de este caso. Y claro, me llevé una desilusión. Le pedí a un escritor que conozco que me escribiese un cuento desmintiendo el amor, tuve una crisis existencial... y cuando ya estaba de camino a comprar una pistola pensé "Matar gente no está bien". Y me di media vuelta. Sí, de vuelta a casa, con las manos en los bolsillos, porque hacía frío (aquí es invierno). Paré a comprarme un croissant y volví a pensar "No. No está nada bien. Y por mucho que le pese a alguno, yo también soy gente". Y según salía pensé en el chocolate que me haría al llegar a casa para untar el croissant. Por lo que volví a entrar a por otro con la convicción de que si sólo tenía uno, me lo acabaría por el camino.
El chocolate a la taza de algunas marcas españolas no está mal, pero si de verdad quieres untar un croissant en chocolate y que se te pasen las penas, hazlo con chocolate venezolano. Intenta que Chávez no haya intervenido mucho en él, por si te vuelves socialista (y ya sabemos todos que eso está muy mal. Aquí las cosas privadas que si no es un follón, ¿verdad? ¿EH?) o te de por empezar a hablar y acabes mintiendo a toda tu comunidad de vecinos y ellos acaben creyéndote.
Al final, llegué a casa y vi que no tenía chocolate, de ningún tipo, ni siquiera de ese de lacasitos, tan gracioso y tan malo. Por suerte me había comido los dos croissants por el camino.
*eufemismo monocromático que usa el autor para nombrar algo que no tiene ni puta idea de lo que es.