Pagando el último taxi, con billetes enrollados, bebiéndo la hoja de ruta hasta tu portal. Como un animal que se deja llevar por el instinto y que sólo ve distinto el trabajo y la diversión. Sintiendo la emoción de tu carmín tras la oreja, el tacto de esa mano, amiga vieja, bajo el pantalón que para escurrir el bulto, aprieta, como cuando no pagué la droga y me mandaron un matón. El portero sonreía burlón, ahora se hace pajas con tus gritos y esas revistas baratas de chicas nudistas que esconde en cajas de latón soñando que algún día una mujer le descubra, discutan y acaben como tú y yo.
- ¿Cuánto tiempo? - te digo
- Seis semanas. - mierda, eso es un montón.
- ¿Y tú quieres? - insisto con cara de susto, sospechando, sin querer saber si es verdad.
- Sí. - no hay "eses" que duelan más en los oídos que esas suplicantes que escondes en tus síes.
- Mierda. - me levanto y me voy.
No hay sonrisas del portero, ni taxista maricón. Quizá se oye un tintineo de cajas de latón. Hoy me siento cruel, me siento un cabrón. Y el Seat rojo de la acera de enfrente me susurra "infiel".
Los timbres me miran acusadores a las tres de la mañana y yo ya no se quién soy, o sea que llamo y pregunto:
- ¿Quién soy?
- ¡Cabrón! - el del 3º
- ¡Borracho! - la fea del 4º. Lo mio se me pasa mañana, puta.
- ¡Hideputa! - vaya, éste es nuevo. O vieja, más bien, hay insultos bien puestos que duelen. Éste no es uno de ellos. La cincuentona del entresuelo.
La vi mudarse aquí el otro día, era de éstas mujeres fachas que no llevan el pelo corto, usan abrigo de piel y no tengo ni puta idea de qué hace en el edificio. Una vieja gloria, aún le queda vida.
Mi novia está embarazada siete pisos por encima y me quedan 3 condones en la cartea o sea que vuelvo a entrar, le cojo una cerveza al portero y llamo al timbre de la señora Cospedal. Abre ella, en camisón, le descorcho la botella en el escote y suelta un gritito, el primero de la noche. Nunca había sospechado lo que un camisón mojado transparenta, ni había llegado a pensar que 45 años fuesen tan pocos. Al menos diez hombres subidos a sus cruces en paños menores miran como me uniformo a su estilo y otras tantas vírgenes prestan atención a la maravilla que es su dueña, tras perder su hábito con olor a cerveza, dando fe de que no es como ellas sobre un cama llena de bordados que no se podrá volver a usar. Qué sorpresa, le echaba 45, tiene 48 y cualquier ciego que se la follase pensaría que tiene 28 mal llevados.
Salgo por fin a la calle con la cartera vacía y las 7 en el reloj. La ventana del séptimo se llena de lágrimas y mi estómago de repulsión.
Llamo al Carlos, que por una extraña amabilidad del destino sólo me hace esperar diez minutos en vez de la hora y media que mi cajetilla de Lucky se temía.
Me deja en casa, le pellizco la oreja como pago, que me parece poco para lo que suele pedir y me quedo mirando su Ibiza rojo dando la vuelta a la esquina. Le va a durar el coche dos días. Es retrasado, lo ha comprado rojo carmín. Como la mancha que me ha quedado en la mano.
Será puta.
Ni está embarazada ni lloraba por mi. Lo hacía por él. Y hacía bien. El Ibiza va a durar más que él.
-Entrada con el permiso de Alfredo González y su canción el último taxi [bueno, en verdad sin su permiso, pero espero que no le moleste]-
Si cogéis un trozo de canción para comenzar el texto, decid de quién es, ¡hombre!
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